Solo una cucharada de esto y quedara nítido

Solo una cucharada

Mi madre me pidió que la acompañara a vender la casa.

Había llegado a
Barranquilla esa mañana desde el pueblo distante donde vivía la familia y no
tenía la menor idea de cómo encontrarme. Preguntando por aquí y por allá
entre los conocidos, le indicaron que me buscara en la librería Mundo o en los
cafés vecinos, donde iba dos veces al día a conversar con mis amigos
escritores. El que se lo dijo le advirtió: «Vaya con cuidado porque son locos de
remate». Llego a las doce en punto. Se abrió paso con su andar ligero por
entre las mesas de libros en exhibición, se me plantó enfrente, mirándome a los
ojos con la sonrisa picara de sus días mejores, y antes que yo pudiera
reaccionar, me dijo:

 

Algo había cambiado en ella que me impidió reconocerla a primera vista.

Tenía
cuarenta y cinco años. Sumando sus once partos, había pasado casi diez años
encinta y por lo menos otros tantos amamantando a sus hijos. Había
encanecido por completo antes de tiempo, los ojos se le veían más grandes y
atónitos detrás de sus primeros lentes bifocales, y guardaba un luto cerrado y
serio por la muerte de su madre, pero conservaba todavía la belleza romana de
su retrato de bodas, ahora dignificada por un aura otoñal. Antes de nada, aun
antes de abrazarme, me dijo con su estilo ceremonial de costumbre:
—Vengo a pedirte el favor de que me acompañes a vender la casa.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *